Rufo, el hombre libre de El Pardo
Gracias a la iniciativa del pardeño Manolo Martínez Turégano, hace un mes publicamos la historia de nuestro vecino Dactari. Si no fuera por personas como él o Fernando Trenado Corpa, que en septiembre compartió con nosotros la historia del barrio ‘La Casita del Príncipe’, muchas personas, hechos o lugares de El Pardo desaparecerían de nuestra memoria.
Hoy, Manolo nos propone recordar a otro personaje que vivió con nosotros 40 años: Rufo. ¿Quién no se acuerda de aquel hombre que durmió a los pies de una vieja caravana? ¿Quién no recuerda cómo levantaba la vara cuando se quedó sin voz a causa de una traqueostomía?
El cómo llegó a El Pardo y el porqué poca gente lo sabe. Como nos cuenta Manolo, los padres de Rufino Arias Gómez (ése era su nombre completo) llegaron con él y sus dos hermanas a Peñagrande, procedentes de Andalucía. Ya por aquel entonces tenía en la cara, cuello y en otras partes del cuerpo cicatrices de las quemaduras que sufrió cuando, siendo muy pequeño, se cayó de los brazos de su madre a una lumbre.
Tiempo después de mudarse a Madrid, la hermana mayor de Rufo se hizo monja y su madre falleció. Mas tarde, la pequeña se casó y se marchó de Peñagrande. Él se quedó solo con su padre, quien comenzó a convivir con una mujer. Fue en este momento cuando Rufo empezó a sentir la soledad. “Aquella señora no quería ni verle. El pobre se pasaba los días en la calle, yendo de un lado para otro, sin saber a dónde ir”, nos cuenta Martínez Turégano.
El día que sus pasos llegaron hasta Fuentelarreyna conoció a la familia de Bartolo, que decidió acogerle. “Eran grandes personas. Algunos les recordamos de cuando, estando en los autocares de El Pardo, le decíamos al cobrador ‘pare en Bartolo’”.
Nuestro vecino tiene grabado el momento en el que conoció a Rufo. “Fue en aquel hogar. Yo tenía siete años y me llevó mi padre porque tenía mucha amistad con los abuelitos. Él y mi madre vivieron allí, en Somontes, después de casarse, en 1948, y durante dos años”.
Rufo llegó a El Pardo con 18 años junto a Jerónimo, el padre de Andrés ‘Chilín’. Durante una década estuvo atendido por éste y su mujer, Isabel. “Ella se ocupaba de él. Estaba pendiente de que se aseara, también le lavaba la ropa y le hacía la comida”, recuerda Martínez Turégano.
Después, y durante 2 años, vivió en el huerto que el padre de Manolo, Rafael, tenía en Mingorrubio. “Me acuerdo que en verano dormía fuera, debajo de una encina que había en medio de la finca. En invierno, se iba donde guardábamos las alpacas de alfalfa”.
La caravana que todos recordamos se la compró Manolo ‘el de La Espuela’ para que no durmiera en la calle, pero no dio resultado. Rufo continuó durmiendo fuera junto a su perro porque, como él decía, “no quiere entrar y yo tengo que estar con él”. Y le recordamos así. A la intemperie, cubiertos los dos por una montaña de mantas.
Rufo estuvo vendiendo cupones de la ONCE una temporada y, durante sus últimos años, se pasaba las horas en el aparcamiento al que bautizamos con su nombre. Un señor de Madrid le compró una caseta metálica, que instaló allí con permiso del Ayuntamiento. “Isabel no dejó de hacerle la comida. Ella y Manolo son los que más han hecho por Rufo. Son unas personas excelentes”.
Martínez Turégano recuerda muchas anécdotas que vivió con Rufo. No se le olvida cuando, siendo niño, iba al río con sus amigos y él aparecía corriendo y tocando un silbato. “Así se pasaba los minutos hasta que llegaba al pueblo. De regreso, hacía lo mismo y asustaba a los pájaros que queríamos coger. Tenían muchos pitos, espejos y linternas en un macuto grande. Tampoco se me olvidará -continúa- el día que descubrí que tenía pánico al fuego, debido a su caída a la lumbre de niño. Con cara de enfado, le dijo a mi padre que nunca encendiera ni cerillas ni mecheros”.
Nuestro vecino se acuerda con tristeza del 9 de febrero de 2011, día en el que falleció Rufo, con 66 años. “A más de uno se nos saltaron las lágrimas. Ese pequeño, pero grande en nuestros corazones”.
Desde aquella fecha, se le recuerda en la misa que se oficia los días 9 de cada mes en la Iglesia Virgen del Carmen de El Pardo.
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